En aquellos años los catalanes habían subido al primer “ochomil”, la cumbre Este del Annapurna en 1.974. En el 75 los castellanos entonces, madrileños ahora, habían escalado el primer ochomil principal, el Manaslú, y un año más tarde, en 1.976, de nuevo los catalanes, asciendieron al Makalu. En el 79 son los navarros, con un catalán entre ellos, los que llegaron a la cima del Dhaulagiri y al año siguiente, en 1.980, una expedición vasca escaló el Everest y otra catalana ascendió al Gasherbrum II. Y finalmente, en 1.981, de nuevo una expedición catalana alcanzó la cima del Broad Peak.
En 1.983 Peña Guara celebraba su cincuenta aniversario y fue la perfecta excusa para hacer realidad nuestros sueños. Con la escasa experiencia de un par de sietemiles en el Himalaya y en el entonces Pamir ruso, Ignacio Cinto, Toño Ubieto, Javier Escartín, Victor Arnal y yo mismo formamos el equipo que emprendería esta aventura. Se unió a nosotros, representando a Montañeros de Aragón de Zaragoza, Jerónimo López que ya había hecho la primera ascensión española al Manaslú (8.163 m) en 1.975 y que además de aportar su experiencia, era el único capaz de entenderse en inglés con los paquistanies. Ya en esos años nuestra economía era bastante precaria y como no había perras para llevar médico, Toño Ubieto hizo un curso acelerado e interpretó perfectamente su papel de doctor.
La montaña elegida fue el Hidden Peak o Gasherbrum I, de 8.068 metros, en el Karakorum paquistaní. Apenas tenía entonces nueve o diez ascensiones y no la había subido ningún español. Por si nos quedábamos con ganas de más, también teníamos permiso para escalar otro ochomil, el vecino Gasherbrum II.
He tardado mucho tiempo en comprender la importancia de esta expedición en la que realizamos la primera ascensión española al Hidden Peak y el primer ochomil aragonés abriendo una nueva ruta de escalada que tardó muchos años en ser repetida y que, después, cuando nos hemos hecho mayores y se nos ha desarrollado más el sentido del riesgo, nos hemos dado cuenta que aquella ruta era una ratonera y que si nos hubiera caído una gran nevada, no sé cómo hubiéramos salido de allí.
Durante más de dos meses estuvimos en la más absoluta soledad, no solo en el Campo Base, sino también, la mayoría del tiempo, en todo el Baltoro. Por supuesto durante todo ese tiempo estuvimos incomunicados porque todavía no se había inventado el teléfono vía satélite y nuestro mailrunner (baltí encargado del correo) desapareció en el primer viaje con el dinero para comprar víveres.
Realizamos la ascensión prescindiendo de porteadores de altura y, como no podía ser menos, también del oxígeno. Y casi hasta de comida. Llevamos un contenedor con comida desde España (entonces en Pakistán no había casi de nada) y también gasolina de avión que habíamos conseguido con muchas dificultades, para los hornillos. El caso es que un bidón se rompió y toda la comida se contaminó. Nos parecia que hasta las latas de fabada sabían a gasoilina. Tuvimos suerte que dos polacos desconocidos entonces (Kurtika y Kucuzka) que bajaban de abrir una ruta al Hidden Peak, nos regalaron unas cubas de comida suiza (una cuba toda llena de Toblerones) y así pudimos sobrevivir porque, como ya he contado, el mailrunner que se fue a por comida ya no lo volvimos a ver más.
Otra innovación fue el empleo de esquís. Aunque la primera parte de la ascensión era técnicamente bastante difícil con una auténtica pared de hielo de más de mil metros de escalada hasta un “plateau” a unos 6.500 metros, los esquís, muy ligeros, diseñados por Javier Escartín, nos sirvieron para progresar por esa falsa llanura con nieve profunda y después pudimos subir con ellos hasta los 7.700 metros, justo debajo del último corredor que nos llevó a la cumbre. Gracias también a los esquís, el descenso hasta la pared de hielo fue rápido y hasta divertido.
Ya no teníamos prácticamente tiempo y decidimos hacer un último intento en estilo alpino, es decir, con todo a cuestas, nos vimos detenidos por el mal tiempo a 7.000 metros. Allí pasamos tres días esperando que mejorara la climatología y cuando ya no teníamos comida ni gas, todavía con tiempo malo, decidimos salir hacia la cumbre, con tan buena suerte que conforme subíamos el tiempo fue mejorando. A unos 7.700 metros, después de muchas horas, dejamos los esquís al pie de un corredor y lo escalamos hasta la cumbre a donde llegamos prácticamente de noche, en dos grupos separados y sin posibilidad de hacernos una foto como Dios manda en lo más alto (el que no se lo quiera creer está en su derecho). Sólo la silueta del K2 en el horizonte fue la señal de que habíamos llegado a la cima. Apenas dos minutos en la cima para abrazarnos y llorar de emoción y para abajo rápidamente para aprovechar la luz de la Luna llena. Fue una gozada esquiar a la luz de la luna a más de 7.000 metros... hasta que la luna se escondió y tuvimos que improvisar un vivac a 7.500 metros con una sola tienda de dos plazas. Cuando el último, que era yo, se asomó a la tienda para entrar, había tal maraña de brazos y piernas que decidí pasar la noche acostado encima de los esquís y tapado por una manta térmica de esas que dicen que aguantan el calor. Al dia siguiente me levanté con las manos congeladas, nada grave, pero al regreso me tuvieron que amputar un par de medias falanges. Esa fue la única incidencia de la expedición.
Después, por poco no se consiguió también el G-II. A 7.700 mts. el mal tiempo y la falta de visibilidad lo impidieron
Fue la última ocasión que tuvimos de tener solo para nosotros una gran montaña. Pocos años después, enseguida llegaron los abarrotados Campos Base, las expediciones comerciales y multitudinarias, con sus sherpas y cuerdas fijas (¡¡hasta la misma cima!!), con los teléfonos vía satélite y los precisos partes meteorológicos… creo que se perdió gran parte del encanto y de la satisfacción de trabajarte y merecerte tú mismo la montaña. Seguramente será nostalgia de viejos tiempos, pero nosotros que hemos vivido un poco las dos cosas, nos quedamos aquellos.
Lorenzo Ortas
12 comentarios:
Se te entiende todo,muy bien dicho y con mucha delicadeza.Un abrazo.-
Ese Baltí que marchó si que debió vivir del cuento. El y sus hijos.
Gracias Lorenzo por hacernos vivir tus aventuras despues de 30 años.. Ahora con el face y el twiter va un poco mas deprisa.
Leyendolo me ha entrado una sofoquina que me he tenido que poner oxigeno. Como las abuelas.
Candi
Sí, sí, vivir del cuento... vaya cuentos.
Ignacio y Lorenzo quiero más cuentos, aunque después de leerlo no me pueda dormir.
Chavi
Hola Lorenzo. Preciosa narración, aunque escueta te pone en ambiente. Debió ser toda una aventura en aquellos tiempos donde la tecnologia se ceñia al material personal y donde las comunicaciones no eran ni de señales de humo. Hay que intentar transmitir los valores que hacian triunfar esas empresas: amistad, unidad i esfuerzo. Un abrazo
LO SERGI
Como siempre exquisito. Gracias por estas historias Lorenzo ;-) Un abrazo y hasta la vista ALPINISTAAAAAAAAAAA
Una de las cosas que me hicieron iniciarme en la montaña fueron estos "cuentos" narrados por grandes personas, que hacen valorar los esfuerzos y valores que ultimamente no encontramos con tanta facilidad. Gracias Lorenzo por descubrirnos una parte de ti. Muxus
Muchas gracias Lorenzo por contarnos este cuento y contárnoslo tan bien.
Un abrazo
El cuento como podeis ver tiene muchas lecturas.
"Chapeau" Lorenzo, despúes de esta expe, fue cuando te conocí personalmente, un día que pasamos por tu casa a verte y estabas con las manicas metidas en yodo, fue tal la sencillez con que lo contabas que me dejo impactado, y desde entonces cada vez os admiro mas.
Gracias
Siempre es un placer escucharte o leerte, Lorenzo.
Gracias por esa historia que nos permite viajar en el tiempo, además del espacio.
Muy bonita la historia. Espero que vengan muchas más de éstas.
Me alegro que os gusten estas historias viejas, pero no tengo muchas más, así que las tendré que ir dosificando. De todas las formas, prefiero contar historias nuevas, que de momento no me gusta vivir del cuento.
Publicar un comentario